Salmos 42:1-2 “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”.
Ningún hombre es autosuficiente. Por eso, todo hombre experimenta anhelos y deseos, sean lícitos o no.
El hombre que no conoce a Dios busca desesperadamente algo que llene ese vacío que tiene en el alma. Un hombre sin Dios, buscara un sustituto: dinero, sexo, poder, posesiones, deportes, entretenimiento, fama, popularidad, filosofías, etc.
Cristo, le dijo a la mujer samaritana en Juan 4:13: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed”. La gran tragedia del hombre sin Dios, es que anhela muchas cosas que no alcanza y se frustra, y la mayor desgracia es alcanzar lo que anhelan, para finalmente probar que eso no le trae la satisfacción permanente. No hay en este mundo ningún manantial que pueda saciar la sed del alma; en Eclesiastés 1:2 nos dice el rey Salomón “vanidad de vanidades, todo es vanidad”.
En Mateo 5:6 dice el Señor: “bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Son bienaventurados aquellos que esperan en Dios, los que tienen sed de Dios. El Señor Jesucristo nos dice en Juan 6:35 “Yo soy el pan de vida; el que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mi cree, no tendrá sed jamás”.
Fuiste creado por Dios, a imagen de Dios, y para tener comunión con Dios. Y hasta que eso no sea una realidad en tu vida, seguirás insatisfecho. ¡No desprecies más a Dios por disfrutar los deleites baratos que este mundo ofrece!
Dice el Señor en Mateo 16:26: “¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?”. ¡Ven a Cristo! Y por primera vez serás saciado al beber de su manantial inagotable de vida.