Lucas 2:7 “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón”.
La venida de Jesús a la tierra como hombre, es un milagro sobrenatural. Aún en su nacimiento Jesús era Dios, digno de ser adorado.
El anciano Simeón cuando vio a Jesús en el templo, recién nacido, pudo ver en el al salvador y redentor de la humanidad (Lucas 2:30). Por eso los magos cuando llegaron al pesebre se postraron y adoraron trayendo sus regalos. También en la noche, en el nacimiento de Jesús, habían algunos pastores que apacentaban sus ovejas y de repente se les presento un ángel del Señor que dijo: “He aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo, pues ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor” (Lucas 2:9-10).
El nacimiento de Jesús es una fecha para celebrarla, por el grandioso hecho de que Dios tuviera misericordia de nosotros y nos enviara a su Hijo unigénito para morir por nosotros.
La Biblia dice que: “todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios” (1 Juan 4:2).
Fue tan importante el nacimiento de Jesús que satanás quiso matar al niño recién nacido a través de Herodes, cuando mando asesinar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores (Mateo 2:16).
El maravilloso nacimiento de nuestro Señor Jesús, nos recuerda que él vino al mundo para realizar su maravilloso plan salvador. Celebremos que Jesús, el verbo, se hizo carne para dar su vida por la humanidad y terminar así su obra redentora.