1 Timoteo 4:7-8 “Desecha las fabulas profanas y de viejas. Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera”.
El apóstol Pablo compara este texto con un atleta y al igual que el atleta el creyente debe ejercitarse también; pero no para desarrollar el cuerpo y los músculos, sino para desarrollar la piedad. El cristiano es un atleta que día tras día debe ocuparse de ejercitar el alma en la piedad.
La piedad exige un esfuerzo de parte nuestra, así como se requiere un esfuerzo físico para mantener el cuerpo en forma. El problema de muchos cristianos es que van a la iglesia, escuchan un mensaje de la Palabra de Dios y dicen: “yo quiero eso para mi vida”. Y el problema es que se limitan únicamente a desearlo. Ellos desean crecer, desean ser mejores creyentes pero no se esfuerzan mucho para alcanzar esa meta.
Proverbios 13:4 dice: “el alma del perezoso desea, y nada alcanza; Más el alma de los diligentes será prosperada”. Cada uno es responsable de su propio entrenamiento en la piedad.
Los atletas del pasado se despojaban de todo estorbo para poder entrenarse. De esta manera Pablo nos está diciendo que él que quiera ejercitarse para la piedad debe despojarse de todo obstáculo, debe poner en esa meta todo su corazón, toda su alma, su mente y todas sus fuerzas. Filipenses 3:13 dice: “olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome hacia lo que está delante”. Si tú fuiste traído por Cristo al arrepentimiento entonces debes “poner toda diligencia en añadir a la fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; y al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (1 Pedro 1:5-7).