Mateo 14:22-24 “En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que el despedía a la multitud. Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llego la noche estaba allí solo. Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario”.
Hay muchos principios que como hijos de Dios debemos tener presentes en nuestro navegar y peregrinar por este mundo; de manera que siempre podamos estar anclados a la roca firme y segura que es nuestro Señor Jesucristo.
Cristo controla y sabe todas las cosas, él es un Dios soberano. A nuestras vidas vendrán dos clases de tormentas, la primera es una tormenta de corrección. Cuando el Señor nos disciplina como a Jonás que le ordeno ir a Nínive a predicar y Jonás no obedeció y huyo a Tarsis; pero en el barco donde iba se levantó una tormenta que amenazaba con hundir el barco. Y un gran pez se lo tragó y dentro de ese pez Jonás ora al Señor (Jonás 1, 2).
En la situación que tu estés atravesando es porque tu estas en la voluntad de Dios o porque tú has desobedecido a Dios y estas pagando las consecuencias de tu desobediencia.
Pero también tenemos otro tipo de tormenta, que son las de la perfección, en las cuales Dios nos ayuda a crecer. Los discípulos habían obedecido al Señor, Jesús los había puesto en la barca. Muchos creyentes tienen la idea de que si obedecen a Dios no van a sufrir dificultades, pero esto no es verdad, pues “como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción” (Job 5:7).
Por eso siempre debemos recordar cuando nos encontramos en medio de una tormenta por haber obedecido al Señor, que fue él quien nos llevó a ese lugar y él es quien está cuidando de nosotros. Si tú piensas que lo que estás pasando es muy grave, mira a Cristo, y mira lo que él paso por ti para darte el regalo más grande que tú puedes recibir: el don de la vida eterna.