Lucas 14:25-27 “Grandes multitudes iban con él; y volviéndose les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”.
La salvación es absolutamente gratis, tú la recibes sin ningún costo; pero una vez que la recibes comprometes todo lo que eres y todo lo que tienes al Señor Jesucristo. Al igual que en esos tiempos, grandes multitudes están en las iglesias hoy siguiendo al Señor; algunos por curiosidad y otros por beneficios que ellos pueden recibir. Pero Seguir a Cristo por intereses personales o intereses egoístas son motivaciones indignas. Lamentablemente vivimos en días donde las personas eso es lo que están buscando.
En Mateo 7:22-23 dice que al final de los tiempos “muchos dirán: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? y Cristo les dirá: nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.
No es posible ser verdaderamente salvo, haber nacido de nuevo y no seguir a Cristo. No es posible recibir a Cristo como Salvador y Señor de nuestras vidas y no obedecerle para que el reine en nuestras vidas. Seguir a Cristo implica una lealtad que se opone a mi egoísmo, se opone a mi orgullo, se opone a vivir una vida centrada en mi propio reino, en mi propia vida.
La vida cristiana se visualiza en Cristo, Gálatas 2:20 no dice: ”con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó así mismo por mí”. Cuando Cristo murió en la cruz, mi viejo “yo” murió con él; y ahora hay un nuevo “yo”. Hay nuevos hábitos, nuevos patrones, nuevas acciones, nuevos deseos, nuevos pensamientos. Mi vida tiene una nueva orientación, nuevos propósitos. Cristo ahora encamina nuestra vida en otra dirección, “para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucito por ellos” (2Corintios 5:15).
Pablo dice en 1 Corintios 6:20 “que por precio fuimos comprados; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”. Ya mi vida no es mía, le pertenece al Señor. Un verdadero creyente tiene que saber que ya no se pertenece. No es solo yo dejar al pecado y morir al pecado, es también vivir para Dios y yo poder usar mis miembros como instrumento de justicia; es trabajar y producir con mis miembros para la gloria de Dios.
Es glorioso ser cristiano y vale la pena perder hasta la vida misma, con tal de tener a Cristo. El apóstol Pablo no estimaba preciosa su vida, y eso es una marca de un creyente, de un hijo de Dios, que estima a Cristo por encima de todo. Y tú ¿estás dispuesto a pagar el precio?