1 Pedro 2:21 “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas”.
No nos alegramos de tener dolor de cabeza, ni de tener cáncer en nuestro cuerpo. De lo que nos regocijamos es de la presencia de Dios en medio de nuestro dolor. Para que no quedemos desechos y no seamos sorprendidos cada vez que la aflicción nos golpea, debemos esperar en la aflicción. Es parte de nuestro llamado como cristianos, Dios nos ha llamado a un mundo caído para ministrar en un mundo que es un valle de lágrimas y es un lugar de dolor y no hay forma de que podamos esperar escapar de él.
¿Por qué somos afligidos? Podría haber varias razones. Podría ser que Dios necesita corregirnos. Por ejemplo; cuando María llego a tener lepra, eso fue para llevarla al arrepentimiento (Números 12:1-16). En ocasiones el sufrimiento que tenemos en este mundo se debe a que Dios nos está corrigiendo o disciplinando. Pero no podemos llegar a la conclusión de que cada vez que nos enfermamos, o que cada vez que sufrimos hay una correlación directa entre nuestra desobediencia y el dolor que estamos experimentando. Job es la muestra para refutar este argumento. Job era más justo que nadie, y sin embargo sufrió más que nadie.
No debemos hacer eso, y por eso no siempre lo sabemos, y no tenemos que saberlo. Lo que tenemos que conocer es a Cristo. Porque cuando Job exigió una respuesta para su dolor y le pidió a Dios que le hablara y le explicara, y Dios finalmente se le apareció a Job le interrogó a Job durante varios capítulos, ¿Qué respuesta obtuvo Job de Dios? No obtuvo ninguna. Dios no le dijo a Job: estas sufriendo este dolor por esto, esto y esto. La única respuesta que Job obtuvo en su aflicción fue Dios mismo, la presencia de Dios. Lo que Dios estaba diciendo es: Job aquí estoy contigo, confía en mí.
Cuando Dios dice: confía en mí es hora de confiar. Déjame terminar recordándote que nuestro Dios nunca nos prometió a ninguno de nosotros que nunca iríamos al valle de sombra de muerte. Lo que si nos prometió es que estaría con nosotros. Si, “aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu callado me infundirán aliento” (Salmos 23:4). Tenemos al buen pastor, tenemos su presencia, tenemos su consuelo. Eso no significa que Dios nos saca de la arena del dolor, sino que él nos sostiene en la arena del dolor.