Lucas 12:13-15 “Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Mas él le dijo: Hombre ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posees”.
Vivimos en una generación obsesionada con lo material y una fijación con las posesiones, y con el dinero. En este versículo vemos que Jesús es interrumpido por un hombre, en medio de una multitud, para decirle: “Dile a mi hermano que parta conmigo la herencia”. Este hombre no le puso atención a Jesús en sus enseñanzas, él estaba interesado en que le resolvieran un problema de la herencia.
Esto nos ilustra el efecto que causa el dinero en el corazón humano. Lo material, tiende a distraernos de aquello que es espiritual. Si nosotros no tenemos en cuenta como se mueve en nuestro corazón este deseo por lo material, pudiéramos ser atrapados sin darnos cuenta. A veces pensamos que la diversión que nos dan los bienes, es el gozo que nosotros estamos necesitando, y confundimos diversión por gozo.
El que piensa que se auto realiza, tiende a olvidarse de Dios y se enorgullece y la avaricia entonces lo seduce. Deuteronomio 8:18 dice: “No sea que digas en tu corazón, mi poder y la fuerza de mi mano, me han producido esta riqueza, mas acuérdate del Señor, tu Dios, porque él es, quien te da el poder para hacer riquezas”. Dios es quien da y quita. La riqueza y la acumulación, te deberían llevar a una vida de más gratitud y no a una vida de más orgullo.
Si has vivido una vida para ti, para acumular riquezas o posesiones, hoy es un buen día para recapacitar y ver dónde está tu tesoro. Ni la diversión, ni el poder, ni la comodidad que se compran con dinero, pueden proveer el sentido de satisfacción, de plenitud y de gozo, que solo Dios puede proveer.