Lucas 11:1 “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando termino, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseño a sus discípulos”.
Hay un ser tan poderoso que ha demandado de nosotros el pedirle, rogarle, esperar en él, clamar a él por fuerza y ayuda. Y es a Dios que debemos orar sin desmayar todo el tiempo.
Jesús era un hombre de oración, de comunión con su Padre. Que abandonaba todo lo que estaba haciendo, para hablar con el Dios sustentador y creador de todo el universo.
Santiago 4:2-3 dice: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Muchas de nuestras peticiones han sido para nuestros deleites, como: un nuevo trabajo, un mejor sueldo, que me vaya bien, que no falte nada en mi vida, etc. No es que este mal pedir esto, sino que tenemos que re direccionar estas peticiones. Tiene que ser conforme al corazón del Señor. No nacemos con el instinto, ni con el deseo de orar. Es por eso que necesitamos aprender.
La oración comienza en abrazar una relación con Dios, pero en ella también es abrazar a la familia de Dios. Cuando tú dices: Padre nuestro, quiere decir que no solo abrazo al Señor, sino a toda su familia, sus hijos. Él es nuestro Padre, y cuando oras debes recordar que hay una familia detrás. Como iglesia, deberíamos ser un grupo de personas que oran unos por otros, porque estamos en una familia. En Efesios 6:18 dice: “orando en todo tiempo con toda oración y suplica en el Espirítu y velando en ello con toda perseverancia y suplica por todos los santos”. Por eso cuando ores ten en cuenta la Palabra de Dios y la familia de la fe.
Cristo fue a la cruz para morir por su familia. No solo nos justificó y nos adoptó, sino que nos puso en una familia como miembros.