Marcos 11:17 “Y les enseñaba diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”.
En la época de nuestro Señor Jesucristo, para un judío el templo significaba mucho. Este edificio simbolizaba la presencia de Dios en medio de ellos; era el lugar donde ellos podían encontrarse con Dios, y donde se reconciliaban con él a través de los sacrificios que fueron ordenador en la ley de Moisés.
El templo era un recordatorio de que nadie se puede acercar a Dios, a menos que alguien pague por nosotros las cuentas pendientes a causa de nuestro pecado, Romanos 6:23 nos dice: “la paga del pecado es la muerte”. Esta ciudad de Jerusalén estaba rodeada de cuevas, que los ladrones aprovechaban para escapar de la justicia. Y lo mismo estaban haciendo los judíos en el templo. Ellos se estaban escudando detrás de sus rituales, de sus ceremonias y seguir viviendo como les diera la gana.
¿Tú te estas escondiendo detrás de tu religiosidad? Mateo 15:8 dice: “este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí”. No es estar en el lugar físico, se trata del corazón. Este pasaje nos advierte sobre la posibilidad de ser un creyente sin serlo. 2 Timoteo 3:1-5 dice: “Habrá hombres que tendrán apariencia de piedad, pero negaran la eficacia de ella”.
Si tus frutos no concuerdan con la piedad que tú confiesas, entonces es una piedad ineficaz y peligrosa. Los judíos iban al templo cada semana, pero no para encontrarse con Dios, no para cantar alabanzas; era para calmar sus conciencias. Ellos habían convertido el templo en una cueva de ladrones. Jesús vino a darnos vida, y una vida que se vive en santidad y en obediencia a su Palabra, no a los impulsos pecaminosos de nuestro corazón. 1 Juan 5:3 dice: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”.
Tal vez te has enfriado en tu fe, tal vez te has alejado del Señor; entonces te invito a que te vuelvas a él. Apocalipsis 2:4-5 dice: “pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de donde has caído y arrepiéntete”. Jesús es un gran salvador y él puede hacer que tu vida espiritual vuelva a florecer como al principio. ¡Ven a Cristo!