Lucas 8:24-25 “Y vinieron a él y le despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos! Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron y se hizo bonanza. Y les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Y atemorizados, se maravillaban, y se decían unos a otros: ¿Quién es este, que aun a los vientos y a las aguas manda y le obedecen?”.
Los discípulos van en la barca juntamente con Jesús pasando de un lado a otro en el lago de Genesaret, y Jesús esta tan cansado que se queda profundamente dormido. De repente se levanta una tempestad y los discípulos entran en pánico, así que vienen a Jesús y lo despiertan.
Jesús en su deidad él puede darle órdenes al viento, puede darle órdenes al mar y le obedecen. Pero, lo aleccionador de esta historia es cuando Jesús les pregunta a sus discípulos ¿Dónde está vuestra fe?
Es indudable que ellos tenían fe, pero no hicieron nada con la fe que tenían. A veces, nosotros pensamos que en el momento de la prueba lo primero que se dispara es la fe, sin embargo, la mayoría de las veces tenemos que reconocer que cuando viene la aflicción y el dolor, lo primero que se dispara es la duda.
Dice la Palabra de Dios: “que la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). La fe, es aferrarnos a las promesa de Dios, aferrarnos a sus palabras sabiendo que él es fiel, que él no miente; sabiendo que él tiene todo el poder y toda la capacidad para cumplir lo que nos ha prometido.
Nuestro Dios es fiel y en medio de la turbación, en medio del temor, nosotros debemos confiar y debemos hacer algo con nuestra fe. ¿Qué es lo que tenemos que hacer con nuestra fe? Debemos traer a nuestras mentes y a nuestros corazones esas promesas de Dios, promesas que se encuentran en su bendita Palabra, recordando que él es fiel, que él es bueno, y que él es todopoderoso. Al recordar esto nosotros podemos descansar confiados en su cuidado paternal.