Juan 13:8-9 “Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás, Jesús le respondió: si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza”.
El lavamiento de los pies, no era más que un preámbulo de una humillación mayor; la muerte de Cristo en la cruz, por medio de la cual nuestros pecados son perdonados y nosotros somos aceptados delante de Dios. Pero es imposible, que aun después de haber sido perdonados, es imposible transitar por este mundo caído, lleno de pecados, sin ensuciarnos de nuevo los pies.
Así que tendremos que venir una y otra vez a procurar ese lavamiento parcial, para seguir creciendo en ese proceso de santificación.
Todo aquel que no percibe la necesidad de lavarse los pies, de venir diariamente a Dios confesando sus pecados, probablemente está evidenciando que no ha sido salvo. Si tú no sientes esa necesidad de lavarte los pies (esa limpieza continua de tus pecados), ¡cuidado!, porque esto puede evidenciar que eres del grupo de Judas. “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:6-7).
Probablemente Pedro no entendió lo que Jesús le dijo esa noche, pero si él no se dejaba servir por Cristo, no tendría parte con él. Ese es el problema de muchos, se les predica el evangelio y ellos quieren buscar mil y una maneras de llegar al cielo, que no sea reconociendo humillados que no pueden llegar sin Cristo, ellos quieren llegar al cielo con un costal enorme que diga: “mi propio esfuerzo”. Eso solo se logra confiando en Cristo, que se humille y reconozca que no puede ser salvo a menos que confíe enteramente en nuestro bendito Señor Jesucristo.
Sin humillación no hay salvación, déjate lavar, reconoce que no tienes nada que ofrecer, excepto una vida de pecado que necesita del perdón de Dios.