Marcos 15:38 “Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo”.
En el templo de Jerusalén había un velo que dividía el lugar santo del lugar santísimo. Este velo simbolizaba la separación que existe entre nosotros y Dios por causa de nuestros pecados. El lugar santísimo era donde Dios manifestaba su presencia y solo una vez al año, en el día de la expiación el sumo sacerdote podía entrar al lugar santísimo.
No podemos entrar en la presencia de Dios, a menos que su justicia quede perfectamente satisfecha; porque él es un Dios perfectamente santo y justo.
Pero en ese preciso momento en que Jesús estaba exhalando su último suspiro, esa cortina se partió en dos de arriba abajo, para mostrar que había sido abierta una puerta de acceso a la presencia de Dios.
No a través de los sacrificios del templo, sino a través del sacrificio de Jesús. Hebreos 10:12 nos dice: “pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios”.
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10:19-22).