Proverbios 23:17-18 “No tenga tu corazón envidia de los pecadores, antes persevera en el temor de Jehová todo el tiempo: porque ciertamente hay fin, y tu esperanza no será cortada”
La envidia es el disgusto o pesar por el bien ajeno. En Lucas 7:22-23 nos enseña que ese sentimiento de la envidia sale de dentro del corazón humano y eso contamina al hombre. ¿Cómo lo contamina? La envidia produce muchas cosas, por mencionar algunas: desobediencia, enfermedad, celos, codicia, crítica, traición, amargura y muerte.
Muchas veces en lugar de alegrarte de tu prójimo, que le vaya mejor que a ti, despierta envidia y celos en tu vida. Es por eso que debes examinar tu corazón y ver si hay envidia. Pues este sentimiento te va impedir vivir en santidad. Eclesiastés 4:4 dice: “He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de Espirítu”.
Una persona envidiosa no encuentra paz porque su mente siempre está en busca de algo, sin saber que ese algo le lleva a enojarse con facilidad, tiene pensamientos que la atormentan y la angustian pensando que ella no tiene lo que su prójimo sí.
Pero nuestro Padre Celestial te ama tanto, que envió a su Hijo para hacerte libre de esa prisión de la envidia. Jesús vino a vendar tus heridas y sanarlas. No tienes la necesidad de vivir con pensamientos de envidia, pues Cristo trae la luz a tu vida.
Romanos 13:13-14 dice: “Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”.
Entre más unido estés a Cristo, ambicionaras menos cosas terrenales. El temor de Dios echa fuera la envidia de los hombres.