Efesios 2:1 “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados”.
La Palabra de Dios enseña claramente que para que un pecador se vuelva a Dios se requiere de una transformación sobre natural. Es tal su impotencia, su inhabilidad natural que el pecador no puede ni quiere. Cuando el hombre permanece en su estado natural, el resultado siempre será enemistad y rebeldía. A menos que Dios transforme desde dentro la disposición de su corazón. Ezequiel 36:26 dice: “os daré corazón nuevo, y pondré Espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”. ¿Quién hará esto? Dios, que es el único que transforma el corazón.
Dios primero te regenera y después tú crees. Recuerda lo que Jesús le dijo a Nicodemo: “de cierto, de cierto te digo, el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Y en Hechos 16:14 cuando Pablo les estaba predicando a un grupo de mujeres en el río, dice que Dios abrió el corazón de Lidia para que ella estuviera atenta a la Palabra de Dios.
Esa gracia de Dios es maravillosa, pues cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, él nos dio vida. Cuando Jesús llamo a Lázaro a salir de la tumba, él todavía estaba muerto, pero la voz de Cristo es tan poderosa que lo devolvió a la vida. Y lo mismo ocurre con el pecador elegido cuando escucha la voz del Señor. A través del evangelio Dios hace un llamado universal a todos los hombres, pero como él sabe de antemano que ninguno va a querer venir de forma natural, el obra eficazmente en muchos, dándoles un nuevo corazón, una nueva voluntad, abriendo sus ojos, sus oídos, dándoles una nueva forma de pensar, una nueva visión de las cosas, para que esta persona pueda ver por primera vez a Cristo.
Sin esa obra del Espíritu Santo ningún pecador se volvería de sus pecados. En Efesios 1:17-18 el apóstol Pablo le pide a Dios: “que os de espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cual es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”. Esto nos anima a seguir corriendo la carrera con los ojos puestos en Jesús, porque a pesar de nuestros pecados, a pesar de nuestras debilidades, la gracia invencible de Dios, nos guardara y nos preservara hasta el fin.