Daniel 1:1-2 “En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén y la sitió. Y el Señor entregó en sus manos a Joacim rey de Judá, y parte de los utensilios de la casa de Dios; y los trajo a la casa de Sinar, a la casa de su dios, y colocó los utensilios en la casa del tesoro de su dios”.
La conquista de Jerusalén se produjo luego de muchas advertencias de parte de Dios a su pueblo a través de los profetas. Israel como pueblo del pacto debía guardar los mandamientos de la ley de Dios y apartarse de la idolatría, pero fueron infieles y finalmente les sobrevino el castigo que les había sido anunciado.
De la misma manera Dios tiene un plan para tu vida y lo está llevando a cabo. Cada uno de nosotros somos seres responsables y es como los tales que actuamos y tomamos decisiones. Dios es soberano, el hombre es responsable. Hermano, nuestras acciones y decisiones tienen repercusiones.
Muchos judíos en la época de Daniel pensaban que Dios no permitiría la conquista de Israel porque allí estaba el templo de Jehová; y muchos de ellos veían el templo como una especie de amuleto. Y pensando así continuaron en su pecado, hasta que Dios los castigo. El templo fue saqueado y finalmente destruido.
Muchas veces pensaras: “soy creyente y tengo a Dios en mi corazón”; pero tus acciones dicen lo contrario. Comienzas a desobedecer, a violar la ley de Dios; tal vez con un chisme, comienzas a ver y a escuchar lo que no debes; y poco a poco tu corazón comienza a enfriarse. Y ves como las cosas de Dios ya no te satisfacen como antes, y ves cómo el mundo se está volviendo algo deleitoso para ti.
¿A quién vas a agradar? ¿Para quién vas a vivir? Toma en cuenta esta advertencia y no te sientas confiado ni un segundo en ti mismo. Ve a esa fuente de vida todos los días.
Lucas 12:48 dice: “porque a todo aquel a quien se le haya dado mucho, mucho se le demandara; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá”. Esto debe ser una advertencia para nosotros, no olvidando que Dios sigue siendo un Dios santo.
La mejor decisión que puedes tomar, y la primera que producirá verdadera transformación en tu vida, es reconocer tu necesidad de Dios.