2 Reyes 5:8 “Cuando Eliseo el varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel. Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo. Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurara y serás limpio”.
Eliseo era un hombre de Dios y cuando ve que Naamán llega a su casa él no se deja impresionar por nada y manda a un mensajero delante de Naamán a darle instrucciones. Eliseo no vio a Naamán el poderoso, el grande. El vio a Naamán el necesitado, el leproso. El respondió a Naamán según su necesidad.
Como Naamán, pretendemos venir delante de Dios para impresionarlo, con nuestras buenas obras, religiosidad, poder, influencia. Pero delante de Dios nada de lo que puedas traer sirve.
El favor de Dios no se compra, pero ¡ay de aquellos que se llaman cristianos y si se dejan impresionar por la grandeza del mundo y le abren la puerta y reciben todos los regalos!. Aquellos que se dejan impresionar por el mundo, por el prestigio, los títulos, las influencias, el poder. Aquellos que buscan la amistad del rico, aquellos que prefieren codearse con los poderosos. Aquellos que temen a los hombres, en vez de temer a Dios.
Aquellos que incluso se atreven a vender el favor de Dios a cambio de dinero, prestigio o influencia. Dice Jeremías 17:5 “Maldito el hombre que confía en el hombre”. Hermanos, no somos nosotros los que necesitamos la bendición del mundo. Son los poderosos que necesitan que nosotros oremos por ellos, no que ellos nos hagan favores a nosotros.
Recordemos cuando José trae a su familia a Egipto, y faraón el hombre más poderoso de la tierra saluda a Jacob, y Jacob bendice a faraón (Génesis 47:7)
Todos somos humanos de lepra espiritual que necesitamos desesperadamente un milagro.
Hermano (a), toda persona en esta tierra tiene una gran necesidad, no importa si son ricos, poderosos o influyentes. Su mayor y única necesidad es Cristo, y si Cristo mora en ti es tu deber hablarles del Único que puede suplir su necesidad.