2 Reyes 5:13-14 «Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio? El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio»
Naamán finalmente obedece la voz del profeta y desciende al río, se humilla y obedece. Así como Josué rodeo las murallas de Jericó y al séptimo día dieron siete vueltas y las murallas cayeron, (Josué 6:16-20). Ahora eran otras murallas las que estaban cayendo: las murallas del orgullo del corazón de Naamán. Dios fue glorificado en ese milagro en la vida de Naamán.
Dios no solo quito la lepra de su cuerpo, sino que también quito la lepra de su corazón.
Santiago 4:6 dice: “Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes”. Nada de lo que Naamán traía consigo le servía. Todo lo que tú pretendas traer delante de Dios no sirve de nada. Tal vez digas: Aquí estoy Señor con mis logros, con mi inteligencia, con mi fuerza, con mis buenas obras, con mi dinero. Pero nada de lo que tú puedas traer ante Dios te sirve
Cuando tu obedeces a Dios, cuando te rindes a él y reconoces que nada de lo que tu hagas o digas sirve; entonces el obra en tu vida y comienza a lavarte, a transformarte.
«Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra» (2 Crónicas 7:14).