Mateo 23:27 “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia”.
Los fariseos eran expertos en apariencias. Exteriormente cumplían perfectamente toda la ley, pero en su interior había otra cosa.
La vida cristiana debe ser algo autentico, real y sincero. La vida cristiana no es una vida de apariencias, porque entonces no la estarías viviendo para Dios, sino para los hombres.
La verdadera vida cristiana no se caracteriza por una aparente humildad, sino por una auténtica humildad. En Lucas 18:13 vemos un ejemplo de humildad: “Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, se propició a mí, pecador”.
Otra cosa que caracteriza la vida cristiana es una verdadera gratitud hacia Dios, por habernos rescatado de esa vana manera de vivir, y pagar esa deuda que nosotros teníamos con la justicia de Dios; recordemos a la mujer pecadora llorando a los pies de Cristo y enjugando sus pies con sus cabellos reconociendo su condición (Lucas 7:44-48).
También la vida cristiana se caracteriza por una auténtica obediencia. Una obediencia que brota de un corazón transformado por el poder del evangelio. El Señor quiere que hagas lo que él dice, pero que lo hagas de corazón; Porque si solo haces lo correcto ¿qué diferencia hay entre tú y los fariseos? Sería un cristianismo de fachada, exterior, para ser visto por los hombres.
El Señor Jesús en Lucas 6:45 dice: “que de la abundancia del corazón habla la boca” y en el siguiente versículo dice: “¿por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” Predica con tu vida, que puedas ser un claro ejemplo de lo que eres y que de esa manera el Señor te pueda decir: Bien haces en llamarme Señor, Señor, porque haces lo que yo te mando.