Romanos 5:8 “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.
Para algunos el mensaje de la cruz pareciera repetitivo, pero es preciso insistir en él, ya que allí está depositado todo el poder del Evangelio. Era necesario que un Santo viniese a ocupar nuestro lugar, un sustituto perfecto que tomara nuestro puesto ante Dios Padre. Nuestras pobres obras y esfuerzos humanos jamás podrán reemplazar a ese Hombre-Dios perfecto que es Jesucristo (Hebreos 10:10-14). El sacrificio de la cruz es la acción más sublime salida del mismo corazón de Dios: nos ama de una manera tan plena que no escatimo en entregar a su propio Hijo, para poder salvarlos (Juan 3:16).
Jesús nos reconcilió con Dios al morir en vez de nosotros en la cruz. Siendo todavía pecadores, sin esperar que fuésemos santos, él murió por nosotros.
Por el derramamiento de su sangre en la cruz (Juan 19:34; 1 San Juan 5:8) fuimos hechos justos, lo cual nos salvará de la ira de Dios al final de nuestra vida y en el fin del mundo. Usted y yo antes éramos enemigos de Dios y fuimos reconciliados con Él por la muerte de su Hijo. Pues ahora, estando «amigos» de Dios, seremos salvos. El Condenado nos salvó de la condenación que había sobre nosotros a causa de nuestra mala conducta. El Resucitado nos salvó de la muerte eterna al resucitarnos a una nueva vida en el reino de Dios y nos resucitará un día corporalmente del sepulcro para llevarnos definitivamente a la presencia de Dios.